IX. El «Bateau-Lavoir» y la época rosa

28/01/2011 4.139 Palabras

Primer gran amor Autorretrato (1917) Sin embargo, alguien más, ajeno al mundo artístico, traspuso aquella puerta de la rue Ravignan para meterse de rondón en la vida de Picasso, en la que influiría decididamente. Una vecina suya, llamada Fernande Olivier, joven y hermosa, de tez blanca y verdes ojos almendrados, se convirtió en la compañera de Pablo y fue su amor y su sostén durante largos años. Mucho más tarde, ya en 1933, publicaría un libro amenísimo titulado Picasso et ses amis, donde cuenta muy curiosos detalles sobre el gran pintor y el mundo que por entonces le rodeaba. Así sabemos cómo él la celaba de un modo extremado, moruno, procurando que no saliera de casa aun a costa de encargarse él de la compra. Como fuese, Fernande cayó muy bien entre los amigos de Picasso y con sus maneras discretas y oportunas contribuyó al prestigio de su compañía. También André Salmon, sobre todo en Souvenirs sans fin, nos ha dejado válidas descripciones del estudio del «Bateau-Lavoir». En su primera visita inventarió «un armario pintado hecho de tableros, un velador burgués comprado a un comerciante de mimbres, un viejo diván usado como lecho, un caballete. Incrustado en el espacio del estudio, un cuartito conteniendo algo como una cama, considerado como un retiro y familiarmente conocido como el cuarto de la chica…» También cuenta cómo el muchacho malagueño se le apareció «con el famoso mechón sobre el ojo negro, vestido de azul, la chaqueta abierta sobre una camisa blanca, ceñida a la cintura por una faja de franela roja, con flecos…» Y seguidamente traza una instantánea que por sí sola da perfecta idea de cómo vivía Pablo. He aquí cómo la resume Penrose: «Recibía al visitante un fuerte aroma de óleo y parafina, que Picasso usaba para pintar, así como para combustible de su lámpara, mezclado con el humo de la pipa de tabaco negro. Una vez que se pasaban los montones de cuadros arrimados a la pared, se hallaba el lienzo en que Picasso estaba trabajando, apoyado en un caballete en un espacio libre del centro de la habitación.» A Picasso le gustaba todavía trabajar inclinándose o agachándose sobre el lienzo en una rara postura, cambiándola según el tamaño del cuadro. «En el suelo, a la derecha del caballete, pinturas, pinceles y una gran colección de botes, trapos y latas esparcidos al alcance de la mano. Pese a las amplias dimensiones del estudio y a la casi completa falta de muebles, la habitación estaba atestada de objetos…»

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